lunes, 30 de abril de 2018

2. Cristo Sacerdote Único y Eterno

La comunicación con Dios ha preocupado siempre al hombre. La historia de las religiones y la psicología religiosa nos lo enseñan. Esta comunicación no se ha dado de una vez y totalmente sino que ha sido un encuentro gradual.

“Cuando (el hombre) por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca. Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación” (Oración eucarística IV). Vemos nosotros que, en una etapa intermedia de los inicios de la historia de la salvación, el hombre veía a Dios como el inmenso y todopoderoso, terrible y temible pero con quien tenía que tratar, pues de él dependía todo, la vida, la salud, el alimento, etcétera. Era un trato riesgoso pero necesario.

Para entablar esta comunicación se necesitaban un hombre comunicador, un lenguaje y un lugar de comunicación.

Un hombre: El sacerdote. Alguien del pueblo y portavoz de éste “tomado de entre los hombres y establecido para ser un representante ante Dios” (Heb 5, 1). Perito en el trato con Dios y participante de su sacralidad. Intermediario entre Dios y el pueblo. “No nos hable Dios, podríamos morir, háblanos tú”, le decía el pueblo a Moisés (Éx 20, 19).

Un lenguaje: El sacrificio. En el lenguaje popular sacrificio evoca algo doloroso, sangriento, penoso. En su origen significa hacer una acción sagrada.

Algunos autores ven en el origen del sacrificio un deseo de comunicación con Dios. Ahora bien, las dos expresiones principales de comunicación en la historia de la humanidad han sido: el comercio y la comida. El comercio hoy nos podría parecer poco humano, sobre todo el de los grandes almacenes y supermercados, pero el comercio “primitivo”, el del “regateo” y sobre todo el de trueque es ocasión muy rica de comunicación; de hecho las grandes vías de influjos de civilizaciones fueron las vías comerciales.

El alimento es la vida, y compartir varias personas el mismo alimento expresa que se comparte la misma vida.

El que quería comunicarse con Dios lo hacía con el sacrificio, es decir hacía una ofrenda a Dios para recibir un beneficio (comercio) y esto lo hacía compartiendo con Dios el mismo alimento (comida). El animal (ofrenda-alimento) era muerto, desollado y preparado; antes de ser asado se le preparaba con una salsa, mezcla de cebada y sal, llamada “mola” por esto se le llegó a llamar “inmolación” a todo el acto sacrificial (esto confirma la idea del origen “comida” del sacrificio). Posteriormente, para expresar un don absoluto a Dios se quemaba totalmente a la víctima (el holocausto). Con el tiempo se llegó a obscurecer el primer sentido del sacrificio: la comunicación, y se fue destacando más y más lo sangriento, lo doloroso, la muerte y así se ha llegado a llamar “sacrificar” al simple matar.

Un lugar: El altar. Los antiguos localizaban a Dios. Para encontrarse con él era necesario ir a un lugar consagrado a él: cumbre de monte, bosque sagrado o más comúnmente un edificio: el templo. Pero en todos estos lugares había un punto especial, que atestigua la comunicación. Este punto era el altar. Lo que se colocaba sobre el altar se consideraba dedicado a Dios, santificado. Decía Cristo “¿Qué vale más? ¿Lo que se ofrece o el altar que hace santa la ofrenda?” (Mt 23, 19). El altar es la mesa de esa “comida”ritual: el sacrificio.

Al llegar la plenitud de los tiempos, Cristo nos reveló en sí mismo, plenamente, el amor de Dios, su paternidad. Cristo, como cumbre de la salvación, sacerdote perfecto, comunicador pleno entre Dios y el hombre, realizó totalmente y cumplió todo lo que en el Antiguo Testamento era sólo una imagen, un inicio, una promesa. Todo lo perfeccionó y lo simplificó en él mismo. Él es, al mismo tiempo, “sacerdote, víctima y altar” (Prefacio V de Pascua).

“En verdad, Jesús es, bajo todos los aspectos, el sumo sacerdote que debíamos esperar: Santo, sin ningún defecto ni pecado... él se ofreció a sí mismo en sacrificio” (Heb 7, 26-27). “Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo que los amó a ustedes. Él en verdad, se entregó por nosotros y vino a ser la ofrenda y la víctima sacrificada, cuyo buen olor sube a Dios” (Ef 5, 2). “Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días. En realidad Jesús hablaba de este otro templo que es su cuerpo” (Jn 2, 19-21). “No vi templo alguno en la ciudad; porque el Señor Dios, el dueño del universo, es su templo, lo mismo que el cordero” (Apoc 21, 22).

En cada celebración eucarística, al final de la parte más importante de ella, la Oración eucarística, después de haber dado gracias a Dios por todo el don de su amor, especialmente por el don de su Hijo, después de recordar y reproducir las palabras y los gestos del Señor en la Última Cena y de ofrecerlo y ofrecernos junto con él, dice el sacerdote en nombre de toda la comunidad celebrante: “Por él, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos” y la comunidad corrobora y hace suya toda la plegaria con su Amén.

Estas partículas: “Por”, “con” y “en”, creo yo, nos recuerdan estas realidades de Cristo, sacerdote, víctima, altar y expresan nuestro compromiso de identificación con él.

–Por– Él es nuestro sacerdote único. Todo lo que viene de Dios por él nos viene, toda nuestra respuesta sólo por él llega hasta Dios. Todos los otros sacerdocios eran intentos, como en las religiones paganas, o esbozo y promesa, como en el judaísmo, pero sólo en Cristo tienen verdad y plenitud. El sacerdocio nuestro, el bautismal, el de todo el pueblo de Dios y el ministerial, que se recibe por el sacramento del orden, son participación, cada uno a su modo, del único sacerdocio de Cristo.

No podemos ir al Padre, nada puede ir al Padre, sino por él, por Cristo.

–Con– ¿Qué podía ofrecer el hombre a Dios que le fuera agradable, que fuera de su categoría? El Padre nos ha dado su propio Hijo en quien tiene “todas sus complacencias”. Nos ha identificado con él. Ahora, con Cristo, nos podemos ofrecer al Padre. Ahora nos ve a nosotros con su Hijo. Ahora nuestras obras, por ser ofrecidas con las de Cristo, son verdaderamente agradables al Padre. Con Cristo damos la alabanza perfecta y con Cristo somos salvación para la humanidad.

–En– Cristo es el punto de encuentro con Dios. El Espíritu Santo nos da testimonio vital de quién es Cristo, nos une con él, nos identifica con él y en él podemos ir al Padre. Este es nuestro trabajo como cristianos, el dejarnos hacer del Espíritu, que nos identifique con el Señor. En toda la liturgia, pero particularmente en la Eucaristía, se realiza este proceso.

La constitución conciliar sobre la Iglesia muy ricamente nos lo dice: Cristo nos asocia a su acción sacerdotal de glorificación perfecta al Padre y de salvación de los hombres; para esto nos da su Espíritu. Y así todo lo que hacemos, “la oración y los trabajos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosamente al Padre. Así también los laicos como adoradores en todo lugar y santamente, consagran a Dios el mundo mismo” (LG 34).

Reflexión

Tratar de responder personal o comunitariamente las siguientes preguntas:

¿Qué es lo más importante en la idea de sacrificio?

¿Por qué se puede decir que todo cristiano es un sacerdote?

¿Cómo ejerce un cristiano su sacerdocio? (Ver n. 34 de Lumen gentium).

Aranda A. Manantial y Cumbre. Iniciación litúrgica

miércoles, 25 de abril de 2018

Moniciones Domingo V de Pascua-B

"Vivir unidos a Cristo es estar convocados a dar frutos de vida eterna"

LECTURAS

Hechos de los Apóstoles 9,26-31 "Les contó cómo había visto al Señor en el camino"
Salmo 21,26b-27.28.30.31-32 "El Señor es mi alabanza en la gran asamblea"
1a Carta de S. Juan 3,18-24 "Este es su Mandamiento: que creamos y que nos amemos"
Evangelio de S. Juan 15,1-8 "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante"

MONICIONES

ENTRADA: Queridos hermanos: han transcurrido ya cuatro semanas de Pascua y hoy inauguramos la quinta. Las lecturas bíblicas nos van ayudando a entrar cada vez con mayor fuerza en la vida nueva del Resucitado y las consecuencias que tiene para la comunidad cristiana.  Comencemos nuestra celebración con mucha alegría. 

LECTURAS: La liturgia presenta la Pascua como “paso”, como transformación de la existencia. De esta nueva existencia hablan las lecturas de hoy. Pablo pasó de perseguidor a misionero; los cristianos pasamos de la esterilidad a la fecundidad permaneciendo en Jesús y dando así fruto de amor. El evangelio recoge esta idea en la parábola de la vid y los sarmientos. Escuchemos con atención.

ORACION DE FIELES

Cristo Resucitado no cesa de llamarnos a la conversión del corazón; no se cansa de mostrarnos el camino para llegar hasta Él y seguir sus pasos. Pongamos en sus manos nuestras peticiones diciendo:

CONVIÉRTENOS A TI, SEÑOR

1. Por el Papa, los obispos y todos los sacerdotes: para que sean ejemplo de amor fraterno materializado en obras. Oremos.

2. Por nuestros gobernantes: para que elijan los caminos de la verdadera paz para nuestra Patria. Oremos.

3. Por los pobres, los enfermos, los que sufren penas o tristezas del alma o del cuerpo: para que siempre reciban de nosotros todo aquello que evidencie que los amamos realmente. Oremos. 

4. Por todos nosotros: para que en el mundo que hoy parece pleno de dificultades y de materialismo, encontremos la forma de entregamos verdaderamente a los demás. Oremos.

Señor, que atiendes siempre nuestras súplicas, ayúdanos a salir de nuestra tibieza y que caminemos por tus sendas que conducen a la salvación. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

OFERTORIO: Presentamos al Señor las ofrendas de pan y vino, y también el fruto de nuestro esfuerzo por mantenernos unidos a la vid verdadera.

COMUNIÓN: dispuestos para recibir a Jesús, Pan de Vida, acerquémonos a su Mesa y comulguemos con su Cuerpo.

lunes, 23 de abril de 2018

1. ¿Qué es la Liturgia?

La Iglesia de Cristo, en el Concilio Ecuménico Vaticano II, al reflexionar sobre ella misma y su misión en el mundo, nos dice que la liturgia es la cumbre a la que tiende su actividad y el manantial de donde dimana su fuerza (cfr. SC 10). Esta afirmación no dejó de causar extrañeza. La liturgia había sido vista como algo secundario, meramente ritual; se había destacado su sentido legal: una serie de prescripciones: las rúbricas para ceremonias eclesiásticas, o bien, su aspecto estético: ceremonias imponentes y bellas, en ambientes arquitectónicos majestuosos, con vestiduras y objetos preciosos. Algo interesante, pero secundario. Ahora se presenta como una realidad totalmente céntrica. 

Entendemos que estas imágenes, cumbre-manantial quieren expresar, la cumbre no es todo para el monte: están también sus laderas y los valles que las prolongan, pero la cumbre es donde éstas adquieren su sentido, donde tienen su finalidad; tampoco el manantial es todo; sigue el arroyo y luego el río, pero es su principio y origen. San Juan Pablo II nos decía en su carta del Jueves Santo de 1980: “Existe un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia.

La Iglesia no sólo actúa sino que se expresa también en la liturgia, vive de la liturgia y saca de la liturgia las fuerzas para la vida. Y por ello, la renovación litúrgica, realizada de modo justo, conforme al espíritu del Vaticano II, es en cierto sentido, la medida y la condición para poner en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que queremos aceptar con fe profunda, convencidos de que, mediante el mismo, el Espíritu Santo “ha dicho a la Iglesia” las verdades y ha dado las indicaciones que son necesarias para el cumplimiento de su misión respecto a los hombres de hoy y de mañana” (DC 13). ¿Por qué esta importancia de la liturgia reencontrada en el Concilio Vaticano II?

El mismo documento conciliar sobre la sagrada liturgia nos da la respuesta al decirnos qué es la liturgia: “Con razón, entonces, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro” (SC 7). Esta definición es muy sintética y está muy cargada de sentido.

Vamos a tratar en estas páginas de desentrañar sus riquezas y de ver de qué manera no se queden en simple ideología o razonamiento sino que se hagan verdad y vida en la práctica, pues si la liturgia es cumbre y manantial de la actividad de la Iglesia, tiene que serlo para cada realización concreta de ésta, es decir para cada comunidad o grupo y claro está, para cada miembro de esa comunidad: para cada diócesis, para cada parroquia, para cada comunidad cristiana de cualquier tipo, para cada cristiano.

Ahora veremos cómo se comunica Dios con nosotros. Sabemos que sin la comunicación no podríamos existir ni ser lo que somos. La comunicación externa está determinada por la misma estructura fundamental del hombre, hecho, exterioridad, de espíritu y materia: a la vez, de interioridad “carne y sangre”, decían y los antiguos semitas; “cuerpo y alma”, los clásicos grecorromanos; “rostro y corazón” los antiguos mexicanos (in ixtli, in yollotl).

Para comunicar a otros lo profundo e interior nuestro, necesitamos siempre revestir o traducir eso profundo e interior con algo exterior y sensible (signos, símbolos); de otro modo no podríamos ni entender ni darnos a entender. Necesitamos, pues, absolutamente, de los signos para comunicarnos. Signos que tienen una variedad muy amplía; principalmente visuales: anuncios, las letras, expresión del rostro, la televisión, la mímica, semáforos, etcétera, y auditivos: la voz, la música, lenguajes, sonidos, etcétera.

Dios, al comunicarse con el hombre, se adapta a él, usa también de los signos sensibles. Él, el infinito, el eterno, el espiritual, el perfecto, no podría ser entendido por el hombre sino a través de lo material, de lo sensible y tangible. A estas comunicaciones de Dios, de su vida y de su gracia a través de signos, los antiguos Padres y la liturgia las llamaban sacramentos o misterios. Posteriormente estas palabras, en un principio sinónimas, redujeron su significado y tomaron rumbos distintos; hoy estamos volviendo al significado primitivo.

Dice el documento de Puebla: “El hombre es un ser sacramental, a nivel religioso expresa sus relaciones con Dios en un conjunto de signos y símbolos; Dios, igualmente, los utiliza cuando se comunica con los hombres” (DP 920). Así lo ha hecho Dios siempre en la historia de la salvación, pero especialmente al irse identificando esa historia de la salvación con la historia de un pueblo (Israel) y con la historia de una familia (David), esto se hace patente. 

Dios se fue comunicando con el hombre por medio de acontecimientos históricos (v.gr. el éxodo), por medio de personas ( jueces, profetas), por medio de instituciones (el templo, la Cena Pascual). Pero todos esos signos, en el plan de Dios, iban hacia una cumbre; todo no era sino imagen y promesa que tendía a una realidad, a un cumplimiento. Este cumplimiento y realización es Cristo. Cristo es “imagen de Dios invisible” (Col 1, 5). Como tal es el sacramento primordial y radical del Padre: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

¿Cómo habríamos podido entender la Palabra eterna y personal de Dios, si el Padre no nos la hubiera “traducido” a nuestra carne y a nuestra sangre?

“A Dios nadie lo ha visto”, dice Juan, pero en nuestro hermano Jesús, Dios es palpable, visible y audible (cfr. inicio de la 1 Carta de Juan). Cristo vive sólo un poco de tiempo entre nosotros, su obra continúa, pero necesitamos algo que nos haga visible y palpable a Cristo, necesitamos de un sacramento misterio de Cristo.

“La Iglesia... sacramento de Cristo para comunicar a los hombres su vida nueva” (DP 922). “En esto consiste el ‘misterio’ de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza de Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva” (DP 230).

La Iglesia se expresa, crece, profundiza su vida en toda la liturgia, en todos sus signos, particularmente en los siete signos céntricos que han sido llamados los siete sacramentos. En estos sacramentos hay uno principal: “La celebración eucarística, centro de la sacramentalidad de la Iglesia y la más plena presencia de Cristo en la humanidad, es centro y culmen de toda la vida sacramental” (DP 923).

Así vemos que en este camino de signos desde Dios a nosotros hay como etapas; en esta “cadena” mistérico-sacramental hay eslabones: Dios-Cristo-la Iglesia-la liturgia-los siete sacramentos-la Eucaristía.

La palabra “liturgia” viene del griego; está formada de leitos = público. A su vez de laos = pueblo y de ergazomai = actuar, de ergon = obra, es decir: “Acción en relación con el pueblo” o bien oficio, función, servicio público. Usada ya en la versión griega de la Biblia llamada de l o s setenta para expresar un servicio cultual a Dios, no entra oficialmente en documentos de la Iglesia sino hasta principios de este siglo.

En el próximo capítulo veremos cómo Cristo es el sacerdote eterno y único que realiza perfectamente la obra de glorificación del Padre y de salvación de los hombres y cómo nos quiere unir a su realidad y a su misión sacerdotal.

Reflexión

Leer atentamente los números 5 a 10 de Sacrosanctum Concilium para ver en toda su amplitud por qué la liturgia es llamada manantial y cumbre.

Aplicar lo anterior a realizaciones concretas de la liturgia.

¿Cómo es o de qué es cumbre y manantial nuestro Bautismo, nuestra Eucaristía dominical?

Leer los números 920 a 923 del documento de Puebla.

¿Cómo se podría expresar gráficamente estos grados, etapas o “eslabones” del camino de Dios hasta nosotros?

Aranda A. Manantial y Cumbre. Iniciación litúrgica.

miércoles, 18 de abril de 2018

Moniciones Domingo IV de Pascua-B

"Entregó su vida como siervo; ha resucitado como Buen Pastor, que seguirá al frente de su rebaño hasta el fin de llos tiempos".

LECTURAS

Hechos de los Apóstoles 4,8-12 "Ningún otro puede salvar"
Salmo 117,1.8-9.21-23.26.28-29 "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular"
1 de Juan 3,1-2 "Veremos a Dios tal cual es"
Juan 10,11-18 "El Buen Pastor da la vida por sus ovejas"

MONICIONES

ENTRADA: Queridos hermanos, reunidos en la casa de Dios, nos disponemos a celebrar esta santa misa, en el IV Domingo de Pascua. Hoy es el domingo del Buen Pastor, día de las vocaciones sacerdotales, por lo que encomendamos a Dios a todos nuestros sacerdotes, para que sean esos pastores con olor a oveja, que estén cerca de su rebaño y les dé fuerza para desempeñar bien su ministerio. Con esos sentimientos, comencemos nuestra celebración.

LECTURAS: El protagonista de hoy, como no podía ser de otra manera en Pascua, es Cristo Jesús, a quien las lecturas proclaman como la piedra angular, como el Salvador y como el Buen Pastor. Atentos escuchemos la voz del Buen Pastor. 

ORACIÓN DE FIELES

Dirijamos confiados a Jesús, el Buen Pastor, nuestras peticiones, y con un corazón alegre por su Resurrección digamos:

PASTOR BUENO, ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN

1. Por la Iglesia; para que como Pedro, anuncie siempre la resurrección de Cristo. Oremos.

2. Por quienes son pastores de la Iglesia para que Jesús, el Pastor bueno, sea el modelo de sus vidas. Oremos.

3. Por los seminaristas y por quienes se forman para servir al Señor en la Iglesia; para que crezcan en madurez humana, cristiana y sacerdotal. Oremos.

4. Por nuestros gobernantes, para que tomen como modelo al Buen Pastor en la conducción de los pueblos. Oremos.

5. Por quienes se sienten desamparados y solos, para que se acojan al mensaje de Cristo, Buen Pastor, y encuentren en él su consuelo. Oremos.

6. Por todos nosotros; para que la fuerza transformante de la Eucaristía, que es el mismo Jesús dándonos su vida, nos de la plena conciencia de ser hijos del Padre. Oremos.

Acoge Señor, nuestra oración y condúcenos siempre por tus sendas de vida, amor y unidad. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

OFERTORIO: Con las ofrendas de pan y vino, hoy presentamos al Señor también nuestras vidas, para que él las apaciente y conduzca. 

COMUNIÓN: Las ovejas siguen a su pastor que las conduce a pastos abundantes y aguas cristalinas. Caerquémonos a recibir el alimento que Cristo, el buen Pastor nos da; su mismo Cuerpo hecho comida.

sábado, 14 de abril de 2018

Moniciones Domingo 3° de Pascua - B


DOMINGO 15 DE ABRIL DE 2018 – III DE PASCUA CICLO B
MONICIONES Y ORACIÓN DE FIELES
LECTURAS
Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19 Mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos”
Salmo 4, 2.4.7.9 “Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro”
1a San Juan 2,1-5a “El es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero”.
San Lucas 24, 35-48 “Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”
MONICIONES
ENTRADA: Hermanos: seguimos celebrando la Resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. Acudamos a la casa del Padre para agradecerle el don de la vida nueva que recibimos en el bautismo, gracias a la cual somos hijos de Dios y hermanos de Jesús Resucitado. Con gozo y gratitud despertemos nuestra fe para escuchar el mensaje de la Iglesia: ¡Jesús ha resucitado, Aleluya!
LECTURAS: En las palabras que ahora escucharemos se interpreta la muerte de Jesús como propiciación por nuestros pecados. Alimenta nuestra confianza porque, a pesar de nuestros pecados, tenemos ante el Padre a nuestro abogado defensor, Jesús, el Justo. Escuchemos atentos.

ORACION DE FIELES

Jesús, que nos trae la salvación y la paz, acoge nuestra oración confiada para presentarla al Padre; llenos de confianza digamos:

SEÑOR, DANOS TU PAZ

1. Para que la iglesia, llena de la presencia de Jesús resucitado, anuncie con valentía el valor de la vida humana y la defienda allí donde no se valora. Oremos.

2. Para que todos los grupos y organizaciones que trabajan buscando el bien común sepan unir sus esfuerzos y crear condiciones de vida digna para los más necesitados de la sociedad. Oremos.

3. Para que la paz que Jesús nos da a los cristianos la recibamos agradecidos y nos comprometamos a buscar la paz entre los hombres, la paz que nace de la justicia. Oremos.

4. Para que en nuestra comunidad parroquial siempre descubramos a Jesús en medio de los trabajos e ilusiones, y en la Eucaristía tengamos nuestra fuerza. Oremos.

Danos tu paz, Señor, porque necesitamos vivir unidos y en tu presencia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

OFERTORIO: Te ofrecemos, Señor, nuestras limitaciones y nuestra pequeñez que a veces nos hacen dudar de tu poder y de tu bondad. Así como confirmaste con tus signos la verdad de tu resurrección a los apóstoles, ayúdanos a creer en tu presencia viva entre nosotros.

COMUNION: Nos acercamos a comulgar con la firme convicción de salir a luchar con nuestras vidas por conseguir la paz en nuestras familias y ser semilla de paz entre los pueblos.




miércoles, 4 de abril de 2018

Moniciones Domingo II de Pascua - Ciclo B


DOMINGO II DE PASCUA
Abril 8 de 2018
Señor mío y Dios mío”

LECTURAS

Hechos de los Apóstoles 4,32-35 “Todos pensaban y sentía lo mismo”.
1a de Juan 5,1-6 “Nos ha hecho nacer de nuevo”
Juan 20,19-31 “A los ocho días llegó Jesús”

MONICIONES

ENTRADA: Hermanos, el Señor Resucitó! Y está presente en medio de nosotros para darnos vida. Solo nos pide que creamos en Él y que cumplamos los mandamientos de Dios que se resumen en el amor. Celebremos esta Eucaristía con alegría, con un solo corazón y una sola alma, como la primera comunidad cristiana.

LECTURAS: Las lecturas tomadas del Nuevo Testamento, nos proclaman la grandeza de la Resurrección de Cristo. Es la victoria de la fe de quienes hemos creído en él. Jesús, en medio de los Apóstoles, les habla y los llena del Espíritu para que luego salgan a anunciarlo a otros para que crean en el Resucitado.

ORACIÓN DE FIELES

Oremos hermanos con la confianza de los discípulos que vieron y oyeron al Resucitado en medio de ellos. Dirijamos a nuestro Padre Dios las intenciones que como Iglesia nos unen en un solo sentir y digamos:

PADRE DE AMOR Y MISERICORDIA, ESCUCHANOS

1. Por la Iglesia y sus Ministros para que este tiempo Pascual sea de verdadera renovación en su misión de anunciar el Evangelio de Jesucristo y en su apertura al Espíritu Santo que anima y fortalece, oremos.

2. Por los gobernantes para que administren con sabiduría los bienes y estén siempre atentos a las necesidades de sus comunidades, oremos.

3. Por los que sufren a causa de la indiferencia, el maltrato, la violencia y la persecución, para que nuestro testimonio de amor y acogida al estilo de Jesús, ayude a mitigar estos males, oremos.

4. Por nuestra comunidad Parroquial, para que la experiencia de la Pascua de Jesús Resucitado, nos llene de alegría y nos anime a vivir de la Palabra y la Eucaristía, Oremos.

Padre de amor, que nos diste en Jesucristo la mayor muestra de tu amor y misericordia, recibe nuestra oración y ayudanos a vivir la fe la esperanza y el amor. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

OFERTORIO: Un corazón, un alma, una vida renovada por el Resucitado, es lo que presentamos en el Altar. Pongamos nuestra vida, nuestros sueños y esperanzas en manos de Dios para que sean acogidos como ofrenda digna para Dios.

COMUNION: La comunión nos una cada vez más como Iglesia y nos anime a dar testimonio del amor misericordioso de Dios que nos dio en Jesucristo la esperanza firme de la eternidad.

La Epifanía del Señor

La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del Mundo Lecturas Isaías 60, 1-6: "La glor...