lunes, 23 de abril de 2018

1. ¿Qué es la Liturgia?

La Iglesia de Cristo, en el Concilio Ecuménico Vaticano II, al reflexionar sobre ella misma y su misión en el mundo, nos dice que la liturgia es la cumbre a la que tiende su actividad y el manantial de donde dimana su fuerza (cfr. SC 10). Esta afirmación no dejó de causar extrañeza. La liturgia había sido vista como algo secundario, meramente ritual; se había destacado su sentido legal: una serie de prescripciones: las rúbricas para ceremonias eclesiásticas, o bien, su aspecto estético: ceremonias imponentes y bellas, en ambientes arquitectónicos majestuosos, con vestiduras y objetos preciosos. Algo interesante, pero secundario. Ahora se presenta como una realidad totalmente céntrica. 

Entendemos que estas imágenes, cumbre-manantial quieren expresar, la cumbre no es todo para el monte: están también sus laderas y los valles que las prolongan, pero la cumbre es donde éstas adquieren su sentido, donde tienen su finalidad; tampoco el manantial es todo; sigue el arroyo y luego el río, pero es su principio y origen. San Juan Pablo II nos decía en su carta del Jueves Santo de 1980: “Existe un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia.

La Iglesia no sólo actúa sino que se expresa también en la liturgia, vive de la liturgia y saca de la liturgia las fuerzas para la vida. Y por ello, la renovación litúrgica, realizada de modo justo, conforme al espíritu del Vaticano II, es en cierto sentido, la medida y la condición para poner en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que queremos aceptar con fe profunda, convencidos de que, mediante el mismo, el Espíritu Santo “ha dicho a la Iglesia” las verdades y ha dado las indicaciones que son necesarias para el cumplimiento de su misión respecto a los hombres de hoy y de mañana” (DC 13). ¿Por qué esta importancia de la liturgia reencontrada en el Concilio Vaticano II?

El mismo documento conciliar sobre la sagrada liturgia nos da la respuesta al decirnos qué es la liturgia: “Con razón, entonces, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro” (SC 7). Esta definición es muy sintética y está muy cargada de sentido.

Vamos a tratar en estas páginas de desentrañar sus riquezas y de ver de qué manera no se queden en simple ideología o razonamiento sino que se hagan verdad y vida en la práctica, pues si la liturgia es cumbre y manantial de la actividad de la Iglesia, tiene que serlo para cada realización concreta de ésta, es decir para cada comunidad o grupo y claro está, para cada miembro de esa comunidad: para cada diócesis, para cada parroquia, para cada comunidad cristiana de cualquier tipo, para cada cristiano.

Ahora veremos cómo se comunica Dios con nosotros. Sabemos que sin la comunicación no podríamos existir ni ser lo que somos. La comunicación externa está determinada por la misma estructura fundamental del hombre, hecho, exterioridad, de espíritu y materia: a la vez, de interioridad “carne y sangre”, decían y los antiguos semitas; “cuerpo y alma”, los clásicos grecorromanos; “rostro y corazón” los antiguos mexicanos (in ixtli, in yollotl).

Para comunicar a otros lo profundo e interior nuestro, necesitamos siempre revestir o traducir eso profundo e interior con algo exterior y sensible (signos, símbolos); de otro modo no podríamos ni entender ni darnos a entender. Necesitamos, pues, absolutamente, de los signos para comunicarnos. Signos que tienen una variedad muy amplía; principalmente visuales: anuncios, las letras, expresión del rostro, la televisión, la mímica, semáforos, etcétera, y auditivos: la voz, la música, lenguajes, sonidos, etcétera.

Dios, al comunicarse con el hombre, se adapta a él, usa también de los signos sensibles. Él, el infinito, el eterno, el espiritual, el perfecto, no podría ser entendido por el hombre sino a través de lo material, de lo sensible y tangible. A estas comunicaciones de Dios, de su vida y de su gracia a través de signos, los antiguos Padres y la liturgia las llamaban sacramentos o misterios. Posteriormente estas palabras, en un principio sinónimas, redujeron su significado y tomaron rumbos distintos; hoy estamos volviendo al significado primitivo.

Dice el documento de Puebla: “El hombre es un ser sacramental, a nivel religioso expresa sus relaciones con Dios en un conjunto de signos y símbolos; Dios, igualmente, los utiliza cuando se comunica con los hombres” (DP 920). Así lo ha hecho Dios siempre en la historia de la salvación, pero especialmente al irse identificando esa historia de la salvación con la historia de un pueblo (Israel) y con la historia de una familia (David), esto se hace patente. 

Dios se fue comunicando con el hombre por medio de acontecimientos históricos (v.gr. el éxodo), por medio de personas ( jueces, profetas), por medio de instituciones (el templo, la Cena Pascual). Pero todos esos signos, en el plan de Dios, iban hacia una cumbre; todo no era sino imagen y promesa que tendía a una realidad, a un cumplimiento. Este cumplimiento y realización es Cristo. Cristo es “imagen de Dios invisible” (Col 1, 5). Como tal es el sacramento primordial y radical del Padre: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).

¿Cómo habríamos podido entender la Palabra eterna y personal de Dios, si el Padre no nos la hubiera “traducido” a nuestra carne y a nuestra sangre?

“A Dios nadie lo ha visto”, dice Juan, pero en nuestro hermano Jesús, Dios es palpable, visible y audible (cfr. inicio de la 1 Carta de Juan). Cristo vive sólo un poco de tiempo entre nosotros, su obra continúa, pero necesitamos algo que nos haga visible y palpable a Cristo, necesitamos de un sacramento misterio de Cristo.

“La Iglesia... sacramento de Cristo para comunicar a los hombres su vida nueva” (DP 922). “En esto consiste el ‘misterio’ de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza de Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva” (DP 230).

La Iglesia se expresa, crece, profundiza su vida en toda la liturgia, en todos sus signos, particularmente en los siete signos céntricos que han sido llamados los siete sacramentos. En estos sacramentos hay uno principal: “La celebración eucarística, centro de la sacramentalidad de la Iglesia y la más plena presencia de Cristo en la humanidad, es centro y culmen de toda la vida sacramental” (DP 923).

Así vemos que en este camino de signos desde Dios a nosotros hay como etapas; en esta “cadena” mistérico-sacramental hay eslabones: Dios-Cristo-la Iglesia-la liturgia-los siete sacramentos-la Eucaristía.

La palabra “liturgia” viene del griego; está formada de leitos = público. A su vez de laos = pueblo y de ergazomai = actuar, de ergon = obra, es decir: “Acción en relación con el pueblo” o bien oficio, función, servicio público. Usada ya en la versión griega de la Biblia llamada de l o s setenta para expresar un servicio cultual a Dios, no entra oficialmente en documentos de la Iglesia sino hasta principios de este siglo.

En el próximo capítulo veremos cómo Cristo es el sacerdote eterno y único que realiza perfectamente la obra de glorificación del Padre y de salvación de los hombres y cómo nos quiere unir a su realidad y a su misión sacerdotal.

Reflexión

Leer atentamente los números 5 a 10 de Sacrosanctum Concilium para ver en toda su amplitud por qué la liturgia es llamada manantial y cumbre.

Aplicar lo anterior a realizaciones concretas de la liturgia.

¿Cómo es o de qué es cumbre y manantial nuestro Bautismo, nuestra Eucaristía dominical?

Leer los números 920 a 923 del documento de Puebla.

¿Cómo se podría expresar gráficamente estos grados, etapas o “eslabones” del camino de Dios hasta nosotros?

Aranda A. Manantial y Cumbre. Iniciación litúrgica.

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