lunes, 21 de mayo de 2018

5. Los Signos y Símbolos en la Liturgia

Realidades tan constitutivas e integrantes de la liturgia como es el memorial, el misterio-sacramento, la celebración, el rito, suponen el concepto de signo. La definición misma de liturgia lo incluye: “Con razón, entonces, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo.

En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre. Y así, el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro” (SC 10). “Los mismos signos visibles que usa la sagrada liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para s ignificar las realidades divinas invisibles” (SC 33). Por esto, es muy importante profundizar en el concepto del signo litúrgico, en las leyes que lo rigen, en sus implicaciones y en diversas clases.

EL MODO DE SER DEL HOMBRE

Por una parte está el modo de ser del hombre. El hombre es un ser fundamentalmente dependiente de la comunicación. Nuestra existencia concreta depende de la comunicación. Sin comunicación genérica no podríamos ser lo que somos. Sin nuestro sistema de comunicación interna, no podríamos seguir viviendo y funcionando como lo hacemos. Sin embargo, cuando pensamos en comunicación, generalmente pensamos de inmediato en la comunicación externa, en los procesos por los que nos comunicamos con otros. Sin comunicación externa podríamos vivir, estrictamente hablando, pero seríamos unos individuos ignorantes y aislados. No tendríamos ni la inspiración que nos dan la habilidad y el conocimiento acumulados ni el apoyo de la sociedad.

Esta comunicación externa está determinada por la misma estructura fundamental del hombre, hecho, a la vez, de interioridad y exterioridad, de espíritu y materia (carne y sangre, decían los antiguos semitas; cuerpo y alma, los clásicos grecorromanos; rostro y corazón, los antiguos mexicanos).

“Nada hay en el entendimiento que primero no haya pasado por los sentidos”. “En mí la palabra precede al sonido, pero en ti, que quieres entenderme, primero está el sonido que llega a tu oído para insinuar luego la palabra en tu mente”. “Si el pensamiento no se encarna en una acción corporal, pronto se hace extraño a la vida”. Son formas de expresar esta interdependencia de nuestro interior y nuestro exterior. Aquí es donde entra la necesidad absoluta de los signos para la comunicación humana.

EL MODO COMO DIOS ACTÚA

Por otra parte está el modo como Dios actúa: Dios mismo, conocedor perfecto de nuestro modo de ser, se nos comunica por medio de signos. Dice Puebla: “El hombre es un ser sacramental; a nivel religioso expresa sus relaciones con Dios en un conjunto de signos y símbolos; Dios, igualmente, los utiliza cuando se comunica con los hombres” (DP 920). La inmensidad de signos por medio de los cuales Dios se nos ha comunicado está centrada y depende del signo principal definitivo de su comunicación: Cristo. Él es el sacramento original y fontal; él, visible corporalmente en su humanidad histórica, nos ha hecho presente a Dios. “Cristo ‘es imagen de Dios invisible’ (Col 1, 15). Como tal, es el sacramento primordial y radical del Padre: ‘El que me ha visto a mí, ha visto al padre’ (Jn 14, 9)” (DP 921).

En esta línea de significación, que hace efectiva en nosotros la acción de Dios (misterio-sacramento), viene enseguida la Iglesia, “sacramento de Cristo” (DP 922), “realidad humana, formada con hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza de Dios Trino, que en ella resplandece, convoca y salva” (DP 230). Pero la Iglesia se hace y se expresa a su vez, por medio de signos sacramentales: fundamentalmente en los siete sacramentos, que “concretan y actualizan... esta realidad sacramental” (DP 922). La Eucaristía es el centro de todo: “La celebración eucarística, centro de la sacramentalidad de la Iglesia y la más plena presencia de Cristo en la humanidad, es centro y culmen de toda la vida sacramental” (DP 923).

Esta sacramentalidad de la salvación ya había sido expresada en Sacrosanctum Concilium en la misma definición de liturgia del n. 7. La recordaré traducida por el abad Marsili con algo de interpretación de teólogo: “La liturgia es el ejercicio actual del oficio sacramental de Cristo. Ejercicio en el que, por medio de signos simbólicos, es significada en el modo propio de cada uno de los signos, y es realizada la santificación del hombre”. En conclusión, Cristo, la Iglesia, la liturgia y los sacramentos, son los eslabones de esa cadena por la que Dios se comunica con nosotros y nosotros nos comunicamos con Dios. Son la via incarnata salutis (el camino encarnado de la salvación), como decían los antiguos, por el que Dios viene a nosotros y nosotros vamos a él. De esto habla con claridad Sacrosanctum Concilium a partir del n. 2.

Esto nos lleva a profundizar, aunque sea en una forma muy rápida y simplificada, en la noción y en la función del signo, tal como se va viendo cada vez más clara y válidamente en las actuales ciencias del hombre.

EL SIGNO EN LA COMUNICACIÓN

La semiología o, como más frecuentemente se va diciendo, la semiótica, es la ciencia de la comunicación. Para mejor entender el “mecanismo” de la comunicación hay que mencionar sus elementos. Aunque se puede decir que hay tantos esquemas como teóricos de la comunicación existen y que cada uno aporta elementos distintos, sin embargo, la mayoría considera los siguientes:


Fuente. Es el individuo que trasmite el mensaje. Por ejemplo, el que da el saludo de paz.

Destinatario. Es el que recibe el mensaje. Por ejemplo, el que recibe el saludo de paz.

La idea o pensamiento hay que traducirlo codificando el mensaje en representaciones susceptibles de ser reconocidas por los sentidos de la persona destinataria o, dicho de otro modo, traduciendo el mensaje en signos y en símbolos que sean elementos de un lenguaje común a la fuente y al destinatario (lenguaje articulado, gesto, objetos signo).

Por ejemplo, el sentimiento interior de amistad, de cariño, de fraternidad en la fe es codificado-traducido a signos en un apretón de manos, en un abrazo. Estos signos son los que se transmiten.

El órgano sensorial del destinatario receptor recibe el mensaje codificado, que luego es decodificado, a fin de que se haga significativo para el destinatario. Es necesario que el destinatario reconstruya el mensaje partiendo del mismo sistema de señales. Al recibir el apretón de manos, lo decodifica, lo traduce, capta el mensaje de fraternidad que le envía el transmisor. Si el receptor no conoce el código, suponiendo que provenga de un país donde el apretón de manos no es usado, como en Japón, el signo no le significa lo que pretende, y no se establece la comunicación.

Muchas veces, la transmisión a lo largo del canal entre el transmisor y el receptor puede ser perturbada por factores extraños. Se designa con el término general de ruido a estos elementos perturbadores, independientes tanto de la fuente como del destinatario, pero capaces de estorbar, deformar e incluso anular el mensaje. Siguiendo la línea de ejemplos que venimos dando, un ruido podría ser un florero que se cae y distrae la atención, u otra persona que interfiere, y por lo que la comunicación no se realiza.

Lo que hemos presentado en forma muy esquemática, lo podemos aplicar a la liturgia. Es necesario, ante todo, el conocimiento del código más importante: el lenguaje articulado. No puedo entender al que habla si no entiendo su lenguaje si no me lo traducen. Y como en la liturgia la Palabra es la que da sentido al rito, el conocimiento de este código es indispensable. Hay que tener en cuenta que los códigos verbales carecen de uniformidad. Una misma palabra tiene distinto significado en distinto contexto cultural. Por ejemplo, la palabra “cuadro” será entendida de distinto modo en un contexto de pintura, de carpintería, de medicina, de ciclismo, de geometría, etcétera. Pero por lo que toca a los gestos y a los objetos-señal, la función del código o sistema de señales es muy reducida; el “contexto” es lo que ayuda a captar el significado de los ritos.

Siempre el “contexto” es el elemento más importante en la comunicación. Una palabra aislada, sin contexto, casi no tiene significado. Por ejemplo la palabra “agua”. Sólo dentro de una frase como “bebí agua” o “el agua destruyó el puente” aparece el agua como algo bueno o malo. Los gestos son aún menos diferenciados que el lenguaje hablado: un silbido puede tener, en un contexto dado, el significado de aprobación o desaprobación. Un gesto como el beso, aceptado en un contexto cultural, es rechazado en otro contexto. El color blanco, en una cultura significa luto, en otra, alegría.

Doble contexto del signo en la liturgia

En la liturgia debemos de tener en cuenta un doble contexto:

a) El contexto de la cultura y del ambiente humano. ; La liturgia con todos sus elementos significativos, se dirige a hombres concretos que forman asamblea. Estos hombres tienen una cultura y una mentalidad propias; tienen historia, costumbres, lengua y tradiciones propias. A estos hombres concretos debe llegar el mensaje evangélico. Este mensaje quedaría limitado o aun anulado si no se reviste de los signos que esos hombres pueden captar.

b) El contexto propio de la celebración cristiana. Por su naturaleza, la asamblea litúrgica, aun dentro de un ambiente cultural, se relaciona con otro contexto sociocultural: el de la Iglesia que, por tener su propia historia, sobrepasa a las culturas particulares en el tiempo y, por ser universal, las sobrepasa en el espacio.

Sólo Cristo, preparado por el Antiguo Testamento, revelado en el Nuevo Testamento y continuado en la Iglesia, da el sentido verdadero a todos los signos litúrgicos. Cualquier signo, por el hecho de provenir del hombre y no ser algo natural, necesita ser conocido como tal. Es decir, es necesario aprender el signo y su uso, y experimentarlo individual y comunitariamente.

El simple gesto de levantar las manos no dice nada al que no está acostumbrado a asociarlo con la oración a Dios, hecha con corazón puro y actitud respetuosa. Esto pide, además, un factor psicológico muy importante: la apertura al mundo de los símbolos; una disposición de ánimo para captar el sentido de los signos, sobrepasar el objeto y llegar hasta aquello a lo que nos lanza.

Todo lo anterior nos habla de la necesidad siempre urgente y perenne de lo que ampliamente llamamos catequesis: la captación y la experiencia del contexto de los signos sagrados. El cristiano lo logra viviendo la vida de la Iglesia, pasando a través de la evangelización, la catequesis la iniciación sacramental y la vida evangélica.

¿ Qué es un símbolo?

A muchos cristianos actuales la palabra “símbolo” les expresa algo, tal vez bello y necesario, pero sólo una figura, una imagen. Ya desde la época carolingia símbolo y realidad son considerados como dos conceptos opuestos. El símbolo es sólo un indicador, algo que capta la atención y la dirige a una realidad distinta. ¿Qué es un símbolo? Recordemos que es una palabra que viene de syn-ballo; literalmente sería “lanzar con...”, y significar asumir, acercar,  juntar, comunicar, dar, etcétera.

El símbolo era un signo de reconocimiento: cada una de las partes de un bastoncito o rama que había sido partido y servían luego para reconocer a los portadores y para probar las relaciones comerciales o de hospitalidad contraídas anteriormente; igualmente, una ficha para reclamar un pago; posteriormente llegó a significar una fórmula, un “santo y seña” de reconocimiento.

En los distintos textos de la ciencia de comunicación especial, llamada semiótica, encontramos diversos conceptos de símbolo. Frecuentemente hay confusión con otros conceptos como señal, y más especialmente, por ser más genérico con signo. Se va haciendo cada vez más consenso en torno a estos conceptos: El mundo de los signos está constituido por realidades sensibles, los significantes, que nos llevan al conocimiento de realidades “invisibles”, es decir no inmediatas, los significados.

En un plano más utilitario y elemental está la señal. Por simple acuerdo convencional, un significante material nos remite a un significado práctico (un ejemplo podría ser las señales de tráfico). Su plano es la advertencia.

En un nivel superior está el signo, en el que la relación entre significante y significado está basada en cierto lazo natural (por ejemplo la figura de un león y la idea de fuerza). Su plano es la información. Pertenece al ser.

Finalmente viene el símbolo, mucho más alto y más difícil de expresar. Aquí la relación entre el significante y el significado es natural, no arbitraria. Es un revelador de lo profundo que no está del todo presente, que se relaciona con experiencias humanas básicas, poniendo en relación dos realidades que, aunque separadas, están llamadas a existir unidas.

“El símbolo implica la presencia de la realidad simbolizada, de una manera figurada, pero real... El símbolo se percibe por connaturalidad o experiencia, en la que toma parte y se compromete la persona, influyendo sobre todo el peso de la fe y la atracción del amor” (La celebración litúrgica: Fenomenología y teología de la celebración, L. Maldonado y P. Fernández, en La celebración en la Iglesia, vol. I, p. 305, ed. Sígueme, Salamanca, 1985).

“El símbolo participa de la realidad de lo simbolizado, está enraizado en ella y de algún modo lo hace presente. No sólo lo manifiesta sino que lo presencializa, lo acerca” (op. cit., p. 296). “A la experiencia simbólica sólo llegamos por el conocimiento unitario, global, es decir sensible, imaginativo, intuitivo, no irracional, pero sí supra-racional”.

Un ejemplo (a todos los ejemplos les falta algo) nos podrían aclarar lo anterior:

Suponiendo que en México sucediera lo que en otros países (v.gr. Inglaterra e Italia), cuando la bandera del país está izada sobre el edificio principal de gobierno (Buckingham, el Quirinal) quiere decir que en ese momento ahí está el jefe de la nación. En ese supuesto, si vemos nuestra bandera en el Palacio Nacional, eso significa que el presidente está ahí. Aquí la bandera está en función de señal. La bandera mexicana presentada abstractamente, digamos en un libro de historia o en un catálogo de banderas, estaría en función de signo: una tela con tales colores y emblemas significa un estado, en este caso a México.

La bandera izada en un lugar oficial (por ejemplo el Zócalo) es un símbolo: hace presente, visibiliza, sintetizándola, esa realidad amplia y profunda de la patria: su territorio, su gente, su historia, su tradición, sus costumbres, etcétera.

En la señal y en el signo, una vez conocida la relación entre significante y significado, ésta se da automáticamente y en el mismo grado siempre que el significante se haga suficientemente presente; no hay en ellos un más o un menos en la captación, y para hacer la captación basta una información intelectual.

En cambio, en el símbolo no basta la iluminación intelectual; es indispensable además, la experiencia vital y amorosa, y como ésta puede tener su más y su menos, podemos decir que un símbolo puede simbolizar en diversos grados según la capacidad del sujeto. Además va a depender de la forma como sea presentado o realizado el símbolo para que su simbolización sea más o menos eficaz, a diferencia de lo que sucede con la señal y el signo, en los que basta que sea presentado suficientemente claro el significante para que lance al significado; esto lo harán de manera igual, como ya se dijo. Por ejemplo, nunca simbolizará igual la bandera solemnemente izada en el centro del Zócalo, que una banderita entre otras 99 en un carrizo, para su venta en vísperas de una fiesta patria, o una bandera mexicana que tú veas en el extranjero: consciente o inconscientemente comienzas a cantar la “canción mixteca” (no se nos olvide que la liturgia está hecha de símbolos).

Reflexión

Lo anteriormente dicho nos lleva a unas preguntas:

1. La catequesis previa a la liturgia, escasa en la mayoría de los casos, ¿no ha sido casi exclusivamente de orden intelectual? ¿Prácticamente sin nada de conducción a la experimentación vital?

2. ¿Hemos cuidado suficientemente la presentación de los símbolos para no hacerlos “insignificantes”?

3. ¿Cómo se podría mejorar prácticamente el trato de los símbolos litúrgicos? Detenerse en algunos muy concretos. Por ejemplo:
1. el pan eucarístico,
2. el “baño” bautismal,
3. la vestidura bautismal,
4. el óleo perfumado...

Aranda A. Manantial y Cumbre. Iniciación Litúrgica

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