lunes, 14 de mayo de 2018

4. La Salvación desde Dios Trino

Después de haber visto la panorámica de la historia de la salvación (podríamos decir que hicimos un corte “horizontal”) ahora estudiaremos cómo la salvación nos viene de Dios uno y Trino (un corte “vertical”).

La Oración eucarística IV dice: “Tendiste la mano para que te encuentre el que te busca”. De Dios viene todo, él es quien se nos acerca, pero nosotros tenemos que salir a su encuentro... En este caminar de mutuo acercamiento ha habido etapas. Podríamos distinguir tres: 

Primera etapa. Dios se revela como el Dios de Israel: “Yo soy Yahveh... Yo los haré mi pueblo y seré su Dios...” (Éx 6, 6-7). Pero... había otros pueblos con sus dioses: “Yahveh es más grande que todos los dioses...” (Éx 18, 11) “¿Qué dios hay grande como Dios?” (Sal 77, 14). Esto se tradujo en el mandamiento: “No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Éx 20, 3). La tierra de los judíos era la de Yahveh. Por esto el general arameo que quiere adorar a Yahveh fuera de su territorio dice: “Que se dé a tu siervo, de esta tierra, la carga de dos mulos, porque tu siervo ya no ofrecerá holocausto ni sacrificio a otros dioses sino a Yahveh” (2 Re 5, 17).

Segunda etapa. No hay más Dios que Yahveh: “Fuera de mí no hay ningún dios” (Is 44, 6). ¿Y los dioses de los otros pueblos?: “Nada son todos los dioses de los pueblos” (1 Crón 16, 26); “Los ídolos de ellos, plata y oro, obra de la mano del hombre” (Sal 115, 4). Y el mandamiento correspondiente: “Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, sólo Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza” (Deut 6, 4). Esto lo repetía cada israelita devoto varias veces al día. Era el eje de la fe de Israel: “No hay sino un solo Dios, Yahveh”.

Tercera etapa. Viene Jesús y se proclama Hijo de Dios. El Verbo de Dios: “El Verbo estaba con Dios y era Dios” (Jn 1, 1). “Llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios” (Jn 5, 18). “No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo; porque tú, siendo más que un hombre, pretendes ser Dios” (Jn 10, 33).

Jesús comienza a hablar de “otro Paráclito” (Jn 14, 16). “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17), el que enseñará todo y recordará lo que Cristo dijo (cfr. Jn 14, 26). El que dará testimonio de Cristo para que sus discípulos también puedan dar testimonio de él (cfr. Jn 14, 26-27), el que guiará sus discípulos a la verdad completa (Jn 16, 13), el que Cristo enviará desde el Padre (Jn 15, 26).

La experiencia de la Iglesia, iluminada por Dios y su reflexión, la lleva a expresar esta revelación usando términos de la filosofía de su tiempo. Es lo que llamamos el dogma de la Santísima Trinidad y que la Iglesia expresa sintéticamente en el Credo: Un solo Dios y tres personas distintas. Pero la salvación que nos viene del único Dios nos es dada “personalmente” por cada una de las divinas Personas.

Dice el Credo: “Creo en un solo Dios”, pero este Dios es: “Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. Padre: fuerza, amor, origen vital de todo. Origen eterno de las otras dos personas: del Hijo “engendrado, no creado”, del Espíritu Santo “que procede del Padre y del Hijo”. Todo viene de él. Su acción se sintetiza en la partícula de.

La segunda persona tiene un doble nombre, Hijo: “Será llamado Hijo del altísimo” (Lc 1, 32), nacido del Padre “de la misma naturaleza del pad re”. Palabra verbo: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y era Dios” (Jn 1, 1). Y esta Palabra, Dios nos la envía. Entre nosotros hay tantas palabras que no entendemos aún de nuestro propio idioma, y hay tantos otros idiomas... ¿Cómo íbamos a entender la Palabra eterna infinita, puro espíritu, santidad perfecta?

Para las palabras humanas que no entendemos necesitamos de una traducción para comprenderlas. El Padre nos “traduce” su Palabra en Jesús a quien llamamos Cristo, “la Palabra se hizo carne” (Jn 1, 14). El Eterno entra en nuestro tiempo, el infinito se hace pequeño, el puro espíritu se hace visible y palpable en nuestra carne: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida” (1 Jn 1, 1), la Santidad perfecta toma nuestra naturaleza herida, claro él no tuvo pecado personal, pero Pablo dice: “A quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser santidad de Dios en él” (2 Cor 5, 21). Cristo es nuestro único y eterno sacerdote, por el que todo va al Padre y por el que todo viene del Padre. Su acción sacerdotal de comunicador, de mediador único, la teología y la liturgia la sintetiza con la partícula por.

Los nombres personales del Padre, Hijo, Palabra, son por sí muy expresivos. En cambio el nombre de la tercera persona –Espíritu– es más difícil de comprender.

Espíritu: (ruah, en hebreo; pneuma, spiritus, en griego y latín) significa viento: Viento-fuerza, acción, dinamismo, Viento-vida. Los seres animados respiran mientras están vivos, respiran para vivir. Dios “sopló en sus narices aliento de vida” (Gén 2, 7). Y Adán vivió. “Sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo...’ ” (Jn 20, 22).

La tercera persona de la Trinidad ha sido prefigurada y figurada con otros nombres. Veamos algunos: 

Agua: el más numeroso. El agua es muerte y vida; destruye y ningún ser vivo vive sin agua. El agua purifica, lava. El agua es parte constitutiva de todo ser vivo. Por eso prácticamente todas las religiones han usado el agua (el baño) como expresión de purificación, de cambio de vida, de renovación: “El que beba del agua que yo le dé no tendrá jamás sed” (Jn 4, 14). “El último día de la fiesta, que era el más solemne, exclamó Jesús en voz alta: ‘El que’ tenga sed, que venga a mí; y beba, aquel que cree en mí. Como dice la Escritura: Del corazón del que cree en mí brotarán ríos de agua viva. Al decir esto, se refería al Espíritu Santo que habían de recibir los que creyeran en él” (Jn 7, 37-39). Igualmente se dice ser bautizado (sumergido y lavado) en el Espíritu Santo (Heb 10, 1-5). “Derramaré mi Espíritu” (Heb 2, 17- 18). “Quedarán todos llenos del Espíritu Santo” (Heb 2, 4). 

Fuego: El fuego ilumina, calienta, purifica. El fuego separa lo que es buen metal de la escoria (1 Pe 1, 7). El fuego ilumina: “Yahveh iba al frente de ellos... de noche en columna de fuego para iluminarlos...” (Éx 13, 21).

El que tiene luz conoce, se siente seguro: “El día de Pentecostés... se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos” (Hech 2, 3). “... cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo” (Heb 6, 4).

Nube: Tal vez la figura del Espíritu Santo menos conocida. La nube protege y guía al pueblo de Dios: “Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino...” (Éx 13, 21). La nube señala la presencia de Dios: “La gloria de Dios se apareció en forma de nube” (Éx 16, 10). “La nube cubrió entonces la tienda de reunión y la gloria de Yahveh llenó la morada” (Éx 40, 34). “Al salir los sacerdotes del santo, la nube llenó la casa de Yahveh” (1 Re 8, 10).

En el Nuevo Testamento será la nube la expresión del Espíritu Santo testigo: Cuando María pregunta al ángel cómo se realizará la Encarnación se le dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35); y en la transfiguración: “Vino una nube y los cubrió con su sombra... Se oyó una voz desde la nube...” (Lc 9, 34-35). Sello: Para nosotros, hoy, el sello es un instrumento de autentificación.

Un documento no es válido sin los sellos correspondientes. Los sellos antiguos, especie de pequeños moldes, daban forma nueva a un material adecuado = transforman: “Es Dios el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones” (2 Cor 1, 22). “En él... fueron ustedes sellados con el Espíritu Santo de la promesa...” (Ef 13). “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el que fueron sellados para el día de la redención” (Ef 4, 30). Unción:

Las personas y las cosas dedicadas a Dios: rey, sacerdotes, profetas eran ungidos, es decir untados con aceite perfumado para expresar su dedicación a Dios, la toma de posesión de Dios y su acción salvífica. Se usaba este signo porque el aceite penetra, impregna, permanece, y al ser vehículo de perfume, aromatiza. Los judíos esperaban un meshia (mesías; traducido al griego: un jristós (Cristo), un ungido, es decir un pleno de Dios, que de su plenitud salvaría al mundo: “El espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido; me ha enviado a anunciar a los pobres la buena nueva...” (Lc 4, 18); “Ustedes saben... cómo Dios a Jesús de Nazaret lo ungió con el Espíritu Santo...” (Hech 10, 38). A nosotros Cristo resucitado nos ha dado su santo Espíritu, nos ha ungido: “En cuanto a ustedes, están ungidos por el santo... La unción que de él han recibido permanece en ustedes... Su unción los enseña acerca de todas las cosas” (1 Jn 2, 20. 27). Paloma. Es el símbolo del Espíritu, el más conocido y el más representado. ¿Por qué la paloma? Hay aves más fuertes, más bellas o más productivas... 

No hay otra razón sino el simbolismo del Antiguo Testamento: “La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo verde de olivo, por donde conoció Noé que habían disminuido las aguas de encima de la tierra” (Gén 8, 9). La paloma atestigua que hay vida nueva, que hay esperanza para una humanidad nueva, que las aguas han quitado el mal y que brotará algo nuevo, bueno y diferente: “Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también, Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma...” (Lc 3, 21-22). Juan había dicho: “Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo’ y yo lo he visto y doy testimonio...” (Jn 1, 33-34). Todo mundo no veía en Jesús sino a un galileo que había venido a purificarse del pecado, pero Juan con el testimonio del Espíritu, puede decir: “Ese es el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).

Esta multiplicidad de aspectos de la acción del Espíritu Santo: purificar, vivificar, alentar, iluminar, transformar (dar forma nueva) y sobre todo atestiguar con un testimonio experimental, vivificante, la Iglesia y la liturgia la expresan con la partícula en. Y así tenemos ya el dinamismo salvífico que nos viene de Dios Trino: Todo viene del Padre por Cristo, sacerdote único, en la vivificación del Espíritu.

Pero no es la salvación solamente un movimiento “descendente”; es para llevarnos a él. El Padre no sólo es el origen – de–, sino que también es finalidad última –a–. Así vemos el movimiento “circular” que es la salvación y se realiza hoy en la liturgia: Todo viene del Padre, por Cris t o, en el Espíritu; todo, en la unidad del Espíritu y por Cristo, va al Padre.


La acción “personal” de cada una de las divinas Personas pide de nosotros una respuesta “personal”. El nombre propio de esta respuesta es devoción. Pero esta palabra se nos ha devaluado. Entendemos por devoción una realidad de tipo más bien sentimental, una práctica externa que no incide en la vida, algo también frecuentemente con un sentido mágico. La palabra “devoción” viene del latín devovere entregar. Devotio = entrega. Entrega es una palabra muy expresiva, denota una donación vital, comprometida, total.

Devoción estrictamente hablando sólo a Dios se la podemos tener; a los santos, aun a la santísima Virgen María, se les tiene una devoción “relativa” = en relación con Dios. ¿Cuál sería, pues, la característica “personal” de la devoción a cada una de las divinas Personas? Para el Padre, es la devoción absoluta, total, es el principio sin principio y la finalidad última de todo. Es el de y el a. 

Cristo, el Hijo eterno, la Palabra hecha hombre, es el sacerdote por el que todo va al Padre y por el que todo nos viene del Padre. Es el camino, la verdad, la vida. La devoción a Cristo la han expresado los Padres, los místicos en el sentido de unión: Revestirse de, imitar a, unirse a, identificarse con, transformarse en...

Y si el Espíritu es guía, aliento, testigo, purificación, iluminación, transformación, su devoción consiste en docilidad: Escuchar, seguir, obedecer, dejarse hacer...

Reflexión

Leer:

Sacrosanctum Concilium 5-7
Lumen gentium 2-5
Ad gentes 2-5

Analizar estos números y meditarlos a la luz de lo expresado en este capítulo.

Aplicarlos a la acción litúrgica, por ejemplo: Oración eucarística III y IV. Fórmulas del sacramento de la Reconciliación, etcétera.

Aranda A. Manantial y Cumbre. Iniciación litúrgica

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