lunes, 7 de mayo de 2018

3. La Liturgia en la Historia de Salvación

La liturgia, nos dice el Vaticano II, es “el ejercicio del sacerdocio de Cristo” (SC 7), es el sacerdocio de Cristo como hoy se ejerce en la Iglesia.

Es muy importante que tengamos una visión amplia del desarrollo de la historia de salvación, de cada una de sus etapas y de nuestra situación en esa historia.

Salvar, desde Dios, no significa solamente que nos libera del mal, sino algo mucho más grande, nos quiere comunicar su propia vida, quiere que participemos de lo que es él, su propia vida, su propia felicidad. Dios quiere salvar al hombre total: cuerpo y alma. Al hombre individual, pero por la comunidad. Dios salva a su pueblo. Es la salvación una realidad actual; está hoy con nosotros, nos comunica Dios su vida; nos la acrecienta, alimenta, defiende y restaura. La salvación de Dios se vive en la fe, un día se manifestará en su plenitud.


La primera etapa de la historia de la salvación es muy amplia. Es toda la época que llamamos Antiguo Testamento o Antigua Alianza. Testamento y Alianza nos hablan de un contrato, un pacto de amor en el que Dios es el que toma la iniciativa, al que él mismo invita y estimula. Testamento nos habla de algo muy importante que es solamente pactado y atestiguado. Alianza nos habla de algo que ata, que une y comunica lo que estaba separado.

La Oración eucarística IV nos resume así esta etapa: “A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca.

Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; y por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de la salvación”. Todo en esta etapa va como en una línea ascendente hacia una cumbre. Todo en ella es imagen, es promesa, tiende a un cumplimiento, a una realización.

Podríamos distinguir en este periodo, tal como nos lo presenta la Biblia, unas etapas principales caracterizadas por algunos personajes: Adán, el padre de la humanidad, en él se inicia el mal, en él se inicia la esperanza de salvación. Noé, en quien renace la humanidad, con quien se establece una alianza primitiva. Abraham es el padre de los creyentes con el que establece Dios su alianza. Moisés, el jefe del pueblo de Dios con el que se hace la alianza del Sinaí que luego será renovada varias veces. Los profetas serán los encargados de parte de Dios de iluminar y mantener la esperanza en un salvador, de interpretar los acontecimientos a la luz de Dios, de recordar al pueblo sus deberes y compromisos.

La línea ascendente que representaría a esta etapa alcanza su cumbre en Cristo. “Dios, que de tantas maneras nos habló por los profetas, en estos últimos tiempos nos habló por su Hijo” (Heb 1, 1). Cristo es el centro y la cumbre de esta historia; en él se hace, en su sangre, la nueva alianza, la perfecta y definitiva. “Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo” (Oración eucarística IV).

En su pascua se hace la salvación perfecta, se inicia la humanidad nueva. Él realiza la glorificación máxima del Padre y la salvación del hombre. Cristo mismo inaugura la nueva época al fundar su Iglesia.

“La Iglesia es el sacramento de Cristo para comunicar a los hombres la vida nueva” (DP 922). Es la realidad que significa y actualiza su obra de salvación. Es la representación (re-presencia) de la obra salvífica de Cristo. Cristo continúa en su Iglesia la obra sacerdotal de alabanza del Padre y de salvación de los hombres. Lo que en el Antiguo Testamento era imagen y promesa, lo que en Cristo se hizo cumplimiento histórico, en la Iglesia se hace presencia sacramental a través de los signos, de todos los signos de la liturgia, pero especialmente a través de los particularmente a través de la Eucaristía.

La línea ascendente que representa al Antiguo Testamento y, que en Cristo alcanza una cumbre, continúa horizontal, caminando hacia la manifestación definitiva de Cristo en su parusía, que inaugura la etapa definitiva y eterna. Nosotros estamos entre la venida histórica de Cristo y la venida definitiva.

La liturgia, cada sacramento y, especialmente la Eucaristía, nos hacen presentes vitalmente todos los hechos salvíficos de Cristo y sobre todo el central, su Pascua, y son “primicia y arras” del don definitivo e inmediato que se manifestará al fin de los tiempos.

Esto se recuerda muy claramente en cada Eucaristía. El sacerdote presenta los dones eucarísticos recién consagrados, signo efectivo de la presencia de Cristo y dice: “Este es el sacramento de nuestra fe” (presencia actual sacramental) y respondemos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección (el hecho salvífico, histórico, que se hace presente). Ven Señor Jesús” (la realidad última de la que ya estamos participando). O también: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz (presencia sacramental) anunciamos tu muerte, Señor (hecho salvífico), hasta que vuelvas (realización completa)”.

Lo mismo es expresado en el centro de la Plegaria eucarística: agradecemos al Padre todo el don de su amor expresado máximamente en Cristo y en su obra redentora, recordamos cómo el Señor nos dejó el signo efectivo (memorial) que hace presente esa obra redentora y cómo nos pidió que lo repitiéramos en memoria suya. Entonces dice el sacerdote (Oración eucarística III): “Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial (presencia sacramental) de la pasión salvadora de tu hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo (hecho salvífico histórico), mientras esperamos su venida gloriosa (realización completa a la que tendemos y ya se nos anticipa), te ofrecemos”... etcétera.

Este es el modo como hoy se ejerce el sacerdocio de Cristo, es decir, su obra de mediación entre Dios y el hombre, la glorificación plena del Padre, la salvación del hombre. La obra a la que Cristo, por su Espíritu, nos ha asociado fundamentalmente por el Bautismo, es la obra a la que constantemente nos invita, dándonos su apoyo y su fuerza de tantos modos; es la obra a la que de modo especial nos asocia en la Eucaristía y que se prolonga en todas las acciones de nuestra vida.

Reflexión

Recordar algunos textos:

De la santa Escritura.
De la liturgia.
De otras oraciones donde se manifiesta esta secuencia de la historia de la salvación: hechos salvíficos-presencia sacramental-parusía, v.gr. Oración eucarística IV.

¿En el Magníficat (mi alma glorifica al Señor... Lc 1, 46-55), cómo se presenta esa secuencia?

Aranda A. Mananitla y Cumbre. Iniciación litúrgica

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